La noche confabuló un plan para los dos. Te visité, no dudé y me lancé, te imaginé y exploré cada parte de tu misteriosa constelación. A tu espalda mis manos se aferraban y en ella me atreví a dibujar un mapa, que me ayude a volver cuando tu piel deje de arder. En minutos perdí mi imaginación, dejándome abrumar con tu calor. Tus ojos impenetrables no se inmutaron, ante tu boca que me clamaba compasión. La noche nos dejó y el amanecer llegó, nuevas melodias sonaron y mi yo debatió en volver a explorarte en otra noche menos distante. Aún guardaba tus colores vibrantes, tu ritmo palpitante, pues se posesionaron imperantes, ante mi espíritu cuya esencia es inquietante.
Después de todo. No hubo beso de despedida, ni una llamada perdida. Hubo palabras muy sentidas y sin querer repartidas. Pasó el tiempo y siempre recuerdo el primer momento, un poco alocado, medio extraño y dije ¡Qué chico tan raro! Pasó el tiempo y muy poco te vi, la distancia era nada, pero pesaba más de lo que creí. Indiferente ante ti y poco a poco sin dolor para mi. El destino nos separó, y por nuevos caminos nos guió y de cada uno algo bello se creó. Quizá mañana no sea tarde y aún nos volvamos a mirar y algunas palabras poder cruzar. Distintos tal vez, y si nos besamos otra vez? De esos besos que eran recurrentes en nuestras mentes a veces indecentes, siempre quedaban más pendientes. Pocos saben lo que provocabas en mi mente, tú eras lo más caliente. Y ahora valentía me falta y tengo un miedo latente, de que aún sigas ausente.